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junio 2002
Electivo, discutible, imperativo
Por
más que nos desagrade reconocerlo, en las ciencias biológicas, en las
cuales estamos encuadrados, nada es tan absoluto como dos más dos igual a
cuatro. En los últimos tiempos, prevaleció la idea de que todo podía
ser muy claro si, en la clínica, las decisiones estuvieran basadas sobre
la evidencia. ¡Ojalá fuera así de fácil! Éste es el planteo,
justificado, de un clínico de nota y de riquísima experiencia como el
Dr. Gordon Christensen (JADA, abril 2002) y la pregunta clave del Dr.
Thomas Hipsher (ADANews, abril 1, 2002) de si somos confiables.
Hay
varios factores que inciden para inclinar el plan de tratamiento en uno u
otro sentido. Y hay una sola norma: el
paciente primero. El juicio clínico jamás debiera verse afectado
por la conveniencia del profesional, Hipócrates no permita. Veamos un
ejemplo, de una prima, no paciente. Elsa Martínez fue atendida en Omint,
donde el endodoncista le informó -después de una hora con un primer
premolar superior- que no podía terminarlo y que fuera a su consultorio
particular y que probablemente no necesitaría la corona mencionada por el
profesional derivante. Primero, se llevó la paciente (contra normas de la
empresa); segundo, opinó, y parecería que con algún interés, sobre el
plan de tratamiento; tercero, son muy escasos, muy, los primeros
premolares que no requieren corona tras caries y endodoncia; cuarto, son
muy abundantes, muy, los fracturados.
No
obstante, no siempre el plan de tratamiento es único e indiscutible.
Cuando se trata de conservar la salud bucal o la general, no caben dudas.
Es imperativo resolver un foco infeccioso, con tratamiento o con
extracción, o es imperativo
realizar la endodoncia de un diente con proceso apical antes de
restaurarlo, o es imperativo
extraer un diente con fractura vertical completa. En cambio, es discutible
una prótesis parcial y su tipo, con distintas propuestas posibles y
distintas prioridades por parte del paciente; es discutible
cuando no existen evidencias científicas de que un plan sea mejor que
otro. Christensen da este ejemplo de cómo pueden influir factores no
bucales: un paciente de avanzada edad tiene dientes fracturados o muy
destruidos; si su salud es excelente, se podría realizar coronas; si está
muy debilitado y le quedan meses de vida, no cabrían las coronas. (A
esto, objetaríamos con un ejemplo de la escritora Carson McCullers, Reloj
sin manecillas, quien menciona a un farmacéutico al que le
diagnostican un cáncer terminal y que decide terminar su vida en
perfectas condiciones bucales y encarga puentes de porcelana. Moraleja:
no decidamos por los pacientes.) Serían situaciones electivas, cualquier plan estético (blanqueamientos, carillas,
cierres de diastemas), cualquier remplazo de amalgamas por composites,
cualquier propuesta que no sea imperativa, y esto debe quedarle bien claro
al paciente.
¿Por
qué? Porque el concepto que el público argentino tiene de los odontólogos
es que no son confiables, que son unos comerciantes que procuran vender
algo por su propia conveniencia -opinión justificada demasiadas veces.* Tan evidente es la mala fe en algunos casos que, hasta los
escritores, como Pedro Muñoz Seca y Giovanni Guareschi, se burlan de la
repetida y triste actitud de que un dentista hable mal del trabajo
realizado por quien lo precedió. No se da cuenta de que quizá ganan un
paciente, pero pierde la odontología. Y los dos personajes, el Currito y
don Peppone,** se lo señalan a
sus poco éticos odontólogos.
Los
norteamericanos están perdiendo el excelente concepto que tenía el público
de ellos, porque comenzaron a querer imponer la tecnología moderna y
planes estéticos.*** Se están mercantilizando. Nosotros podríamos
tratar de seguir el camino inverso. De a poco. Pensando cada vez qué nos
aconsejaríamos a nosotros mismos, a nuestros padres o a nuestros hijos.
Ante una duda, no olvidemos la máxima fundamental: el paciente primero
Dr. Horacio Martínez
Dr. Emilio Bruzzo
*Cárcel para colegas. El
4 de marzo, un ortodoncista de California inició una residencia de 27
meses en una prisión federal por evasión de impuestos. No fue el único.
A dos más les pasó confiar en contadores que le reducirían el gasto según
misteriosos recursos, que resultaron ilegales. Los colegas no pudieron
alegar inocencia y fueron presos igual que el contador. ¿Serían
confiables en otros aspectos profesionales?
**
Del cuento Diente por diente, de
Giovanni Guareschi:
-
Míreme por favor esta muela -murmuró Peppone.
-
Ya la hemos visto -contestó con voz adusta Marcotti-. La camarada muela
está con problemas, camarada alcalde. Algún desgraciado se la ha
obturado sin darse cuenta de que el mal quedaba debajo.
Peppone
se encogió de hombros.
-
Todos dicen lo mismo -murmuró-. ¡Cuando se va a un dentista, enseguida
va y te dice que el que te ha curado antes es un desgraciado!
***
Sobre el tema de la confiabilidad, resumido, Hipscher señala que las
decisiones, en general, no se toman necesariamente sobre la base de qué
es correcto, qué práctico o qué de sentido común (“el menos común
de los sentidos”, Unamuno), sino que más a menudo están basadas sobre
el dinero, el logro de poder político o la devolución de favores
recibidos. “Muchas veces, los pacientes me piden que tome las decisiones
por ellos sencillamente porque no pueden decidir y porque soy el
profesional y sé mejor lo que les conviene.” Ese paciente confía en su
dentista y el mejor negocio es no decepcionarlo. A la larga, con los años,
eso rinde más que el provecho inmediato. “Confían en que yo les haga
gastar una cantidad adecuada de dinero para que el tratamiento sea eficaz
para su costo y adecuado a sus necesidades individuales.” Un viejo
docente le había enseñado al Dr. Thomas Hipsher que “el dinero es
importante, pues será lo que nos mantenga en el ejercicio profesional,
pero no es el fin último, razón de ser de todo lo que hagamos.”
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