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Hablar para no decir…
“El lenguaje
llano, sin frases confusas, permitirá que la gente sepa qué está
haciendo el gobierno, qué necesita, qué servicios ofrece,” escribía
el periodista Jorge Elías con referencia a un memorando de Bill Clinton
que estaría vigente desde
1999. Sospecho que no lo puso en práctica el presidente Bush, cuando
indujo a la guerra contra Irak. Los gobiernos y su burocracia hablan para
no decir, para ocultar. Igual hacen los partidos opositores. Lo mismo en
un superministerio que en una pequeña organización profesional. Es un
arte que dominan los integrantes sucesivos de la COSA (Comisión de
Odontología Social Argentina, no Cosa Nostra, por favor).
El universo machista
suele culpar a las mujeres de hablar mucho sin decir nada. No es cuestión
de sexo, es un don innato del burócrata, del político de cualquier sexo,
ámbito y nivel, que se perfecciona con el tiempo y la gimnasia..
Vicio generalizado, común a todos los sexos, emparentado con el de hacer
algo para no hacer nada.
En 1975, el Dr.
Harold Hillenbrand me obsequió –con una hermosa dedicatoria—un libro
llamado Hablando estrictamente, que
como subtítulo tenía ¿Será
Norteamérica la muerte del inglés? Esto no es el dudoso privilegio
de una nación, es un vicio universal, la globalización de la decadencia
del pensamiento y del crecimiento de la corrupción. El lenguaje claro
surge de las ideas claras, y viceversa. El lenguaje oscuro es fruto de la
ineptitud o de la degradación y de la corrupción (mental, moral,
material), y viceversa. En 1974,
el vocero de Nixon dijo que necesitaba cuatro días más “para evaluar y
formar un juicio en términos de una respuesta” cuando podía haber
dicho que necesitaba más tiempo para pensar la respuesta.
Edwin Newman, el
autor del libro citado, escribió: “Se ha dicho con frecuencia que la
gente del Watergate escondió lo que estaban haciendo tras ua nube de
nociones confusas que nunca fueron examinadas con rigor. Me inclino más a
creer que sabían lo que estaban haciendo y que lo hacían, en su mayor
parte, en su simple beneficio propio. Las nociones confusas les
proporcionaban un escape fácil.”
Para no caer en
mismo pecado que criticamos, cortemos acá el editorial y dejemos que los
lectores extraigan sus propias conclusiones sobre los escasos y huecos
editoriales y mensajes de nuestras principales instituciones odontológicas.
Esto con respecto del hablar sin decir; en cuanto al hacer para no hacer,
sería un buen ejemplo la reunión del 16 y 17 de junio del 2000, titulada
Análisis de la crítica situación
que afecta a la profesión odontológica, todo un monumento elemmantiásico.
Horacio Martínez Emilio Bruzzo
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